A medida que la crisis de Corona prolifera alimentada por una mentalidad de pánico y miedo a lo desconocido, también lo hacen las «teorías conspirativas» que siempre parecen acompañar a estos fenómenos globales. ¿Se trataba de un arma biológica china en la fabricación que de alguna manera se salió de control? ¿Fue el resultado de un accidente nuclear secreto, a la Chernobyl? ¿Fue un castigo divino por «comer de un animal vivo», una de las siete leyes universales de Noahide, supuestamente violadas por el mercado chino de vida silvestre? O, como el virus parece afectar principalmente a los ancianos, ¿fue un intento deliberado de los chinos de recortar su población masiva?
Y, por supuesto, el ángulo judío no puede ser dejado de lado tampoco. Así que ya estamos escuchando la loca especulación de que Corona era un invento judío/sionista, un escenario siniestro creado para que los judíos se llevaran miles de millones cuando «sucedieron» para salir con una vacuna para la enfermedad que ellos mismos crearon.
Dejando a un lado las teorías descabelladas, lo que podemos y debemos aprender de esta situación esperanzadamente temporal es uno de los componentes más cruciales de la espiritualidad judía: la asociación entre el hombre y Dios. El virus de la Corona, como con la mayoría de las enfermedades, apareció repentinamente, sin previo aviso. En ese sentido, puede ser clasificado como «Dios dado.» Pero eso no significa que seamos llamados a sufrir sus consecuencias o someternos dócilmente a su propagación. Por el contrario, el Todopoderoso nos ordena confrontar a Corona como lo haríamos con cualquier desastre, hecho por el hombre o natural y usar todas las herramientas a nuestra disposición para limitar sus efectos dañinos y encontrar su cura.
FUENTE JERUSALEM POST
