Tal vez no lo sepas, pero hoy el pueblo judío entero está conteniendo la respiración.
Allá, en nuestra tierra, hijos e hijas que fueron arrancados de sus hogares están volviendo. Algunos vuelven con vida. Otros… con el alma elevada y el cuerpo descansando. Pero todos regresan. Todos.
Y eso, querido lector, no es solo una noticia: es un espejo.
Porque vos también tenés partes de tu alma que alguna vez fueron secuestradas.
Por el miedo.
Por el cansancio.
Por la rutina que te convenció de que “esto es lo que hay”.
Y así, día a día, te fuiste acostumbrando al exilio interior.
Ese donde estás físicamente libre, pero emocionalmente atado.
Donde ya no recordás cuándo fue la última vez que sentiste tu propia luz brillar sin culpa ni explicación.
Pero hoy, algo en el aire cambió.
Hoy se siente el eco de un rescate.
Un susurro celestial que dice: “Ya podés volver.”
En la imagen que viste —ese hombre embarrado, con uniforme rayado y una estrella en el pecho— hay un símbolo.
Una ironía divina.
Esa estrella que alguna vez fue usada para humillar a un judío, hoy brilla como la medalla del alma que no se rindió.
El sheriff del espíritu.
El guardián de su propia dignidad.
Porque podés llenarte de barro, podés quedar hecho polvo,
pero nunca vas a dejar de ser lo que sos:
una chispa de la Luz Infinita.
Un reflejo de Hashem en la tierra.
Un hijo del Rey.
Y cuando esa chispa vuelve —aunque tiemble, aunque no entienda, aunque traiga heridas que todavía duelen—
el cielo entero se levanta.
No por el milagro de haber sobrevivido, sino por la valentía de atreverte a regresar.
Porque volver no es retroceder.
Volver es acordarte quién eras antes de que el dolor te convenciera de que ya no podías serlo.
Volver es permitirte brillar con el barro puesto.
Volver es mirar al cielo con lágrimas en los ojos y decir:
“Todavía confío.”
Y sí, el mundo sigue igual.
Todavía hay guerras, todavía hay oscuridad.
Pero una sola alma que decide volver a la luz —la tuya— cambia el equilibrio del universo entero.
No subestimes el poder de una lágrima sincera, de una palabra buena, de un corazón que elige no rendirse.
Porque ese instante, ese gesto chiquito de vida,
es un rescate en miniatura.
Un éxodo interior.
Un reencuentro con tu esencia más luminosa.
Y sí, el mundo sigue igual.
Todavía hay guerras, todavía hay oscuridad.
Pero una sola alma que decide volver a la luz —la tuya— cambia el equilibrio del universo entero.
No subestimes el poder de una lágrima sincera, de una palabra buena, de un corazón que elige no rendirse.
Porque ese instante, ese gesto chiquito de vida,
es un rescate en miniatura.
Un éxodo interior.
Un reencuentro con tu esencia más luminosa.
Así que si estás leyendo esto, no lo tomes como un texto más.
Tomalo como una señal.
Una forma que tiene el Cielo de decirte:
“Yo también te estoy esperando para abrazarte.”
Rabino Jizkyahu Ravel